Cada persona en sí misma es un problema.
Lo cual no es una noticia nueva.
Es reconocer la realidad.
Cada uno es legítimo propietario de sus pro-
blemas.
Pero curiosamente, ésta es la única propiedad
que nadie quiere retener, y que todos tratamos
de traspasar a otros.
Si tienes un problema, no lo dejes «pegado»
día y noche a tu pensamiento.
En lugar de esclarecer, podría ir tomando cada
vez proporciones más grandes.
Si tienes preocupaciones, empieza por ordenar
tu vida y simplificar tus ocupaciones.
Luego verás que tus problemas vienen a veces,
medio resueltos.
En parte y quizás más frecuentemente, porque
los otros te miran con envidia.
A veces tu problema no es querer y no poder
realizar tus planes e ilusiones.
Sino, más bien, no tener planes ni ilusiones.
La crítica continua que haces a tus propios
errores y faltas pasadas no te soluciona nada.
Al contrario, sin darte cuenta, tú mismo haces
que tus fallos se perpetúen aún más, en el lugar
de mejorarlos.
Muchas veces. «apartar» la mente de un pro-
blema es el mejor camino ayudarla a saber encon-
trar la solución.
También trabaja la mente -y posiblemente mejor-
cuando no le exigimos urgentemente un trabajo.
Hoy no sufrimos en silencio.
Queremos reivindicar el derecho de dar conocer
nuestro dolor.
Siempre con la esperanza de que alguien nos com-
prenda y nos conforte.
Ante una situación difícil, que envuelve tu persona
y otras personas, no pienses enseguida que tienes
que cambiar a los demás; empieza por cambiarte a
ti mismo.
Y cambiar, no significa precisamente ceder o anularte;
cambiar es obrar de otra manera, más inteligente mente,
con más calma y serenidad.
«Continuará»